No hay relación heterosexual
Negociar el placer en una ciudad tan colonial como Lima es una tarea difícil, sobre todo si buscas algo más que personificar el ritual heterosexual. Las experiencias sexuales con hombres que performan algún tipo de masculinidad siempre son un trámite, desde el primer encuentro hasta la identificación de sus zonas "prohibidas" (no tocar el área anal, no besarlo luego de mamársela a otro). La mayoría de las veces el juego es muy complicado, el sexo hecho carne se convierte casi en una batalla contracultural. Afuera, en lo público, la norma tiene todas las de ganar, dentro, en lo privado, es donde pueden librarse pequeñas batallas que hacen las veces de tubo de escape al olor de sahumerio que satura las calles.
El acto sexual es siempre problemático. Puedes estar ahí con él y disfrutarlo o no, pero conscientemente siempre estás en otro lado. Cuando Lacan menciona que no hay relación sexual significa que cuando estamos en pleno acto sexual necesitamos algunos suplementos de fantasía acerca de algo (un recuerdo, por ejemplo) para poder mantener la tensión placentera. La relación no es meramente sexual en la medida que hay algo más que está entre los cuerpos: la cultura. En este sentido, cuando se trata de relaciones no heterosexuales la cultura heterosexual no entra en paréntesis, no es obviada. Las normas emergen como juegos de palabras y acciones, sin embargo, tampoco el proceso de materialización de las normas es tan sencillo.
Las batallas sexuales que cada día libramos quienes buscamos revolver un poco más el status quo implican un ejercicio de excavación mental que nos lleve a encontrar no solamente asociaciones que nos parezcan adecuadas para la viabilización del acto sexual, sino estrategias que nos permitan algún tipo de detonación interpersonal. A pesar que la mayoría de asociaciones que anidan en nuestra mente tienen un corte heterosexual, es el acto sexual el momento ideal para la permutación de las normas. Hacer o decir algo que altere el orden heterosexual del encuentro sexual a la par que los cuerpos se frotan y consumen. No se trata simplemente de complacer al otro, sino de aprovechar el incendio para robar. Robarle algo a él y a la cultura en la que estamos inmersxs.