Una virgen para un museo: Sexo y colonialidad en la Galería Erótica del Museo Larco
Todo hecho museográfico es un acto político. El ensamblaje entre narrativa, objetos, luces y vitrinas tiene la clara intencionalidad de contarnos algo al oído, sea con sabor a miel o a escándalo. El relato museográfico puede llevar a pensar(nos) en términos que difícilmente podríamos considerar en nuestro día a día de mascarillas y crisis políticas. Las narrativas celebradas en el museo, no obstante, terminan vanagloriando determinadas áreas temáticas en detrimento de otras, es más, algunas vidas son alumbradas por los reflectores de la parrilla de luces del museo, mientras que otras no parecen tener la misma atención. Las luces y sombras de toda apuesta museográfica son aún más críticas en el caso de las representaciones del cuerpo, la sexualidad y el deseo, como es el caso de la Galería Erótica del Museo Larco (Lima).
La Galería Erótica comienza con una breve descripción sobre el tono de la muestra, no se trata de un kamasutra andino ni mucho menos, estamos ante una historia sobre la regeneración y la complementariedad (hombre-mujer) en el contexto de los Andes prehispánicos. Tinkuy heterosexual que genera vida como el día lo hace con la noche, mientras que las locas y las travestis más parecemos las amantes que no quieren ser vistas ni de noche. Presentar mediante una trama de artefactos de cerámica cómo se vivía la sexualidad y el deseo hace dos milenios pudo ser el primer detonante de arrechura que toda la ciudad necesitaba tras los años de pandemia. Mirarnos a través de los ojos de las figuras de barro y sus poses gimnásticas, travestis en cuclillas y penetraciones anales pudo detonar una ola de orgasmos en lxs visitantes a la muestra. No obstante, se optó por una opción más segura, y colonial al mismo tiempo. La sexualidad travestida de biología, vírgenes y una (débil) estrategia multi/intercultural.
Los huacos adquieren sentido a través de textos que los narran como “sexo reproductivo”, “sexo no reproductivo”, “hombre”, “mujer”, “complementariedad”. El tropo de la reproducción y la pareja heterosexual articula las vasijas de tal modo que parece que unx estaría asistiendo a una nuestra de los años setenta, cuando la antropología “descubrió” la tesis de la complementariedad andina. El sexo anal, etiquetado como no reproductivo, es un párrafo aparte en el ciclo de vida romántico del yanantin heterosexual, una actividad propia del reino de la muerte donde el semen es desperdiciado en el (necro)ano de la pasiva vihchosa. Es más, toda referencia a cuerpos y experiencias qariwarmi queda relegada al anonimato, los reflectores del muSEXO no alcanzaron siquiera a darle sombra. La Giu (Guiseppe Campuzano), Michael Horswell, Manuel Arboleda, Hugo Benavides, Mary Weismantel, entre otrxs, vienen desvelando cómo las corporalidades y sexualidades trans/qariwarmi/chuqui_chinchay habitaron los Andes como mediadorxs rituales, cuerpxs en tránsito hacia lo divino, y, por qué no decirlo, cuerpxs deseantes. Su ausencia en la muestra nos arrebata la oportunidad de al menos llegar al precum, sin nuestros fluidos sagrados toda narrativa histórica es colonial.
Uno de los aspectos más coloniales de la muestra es la existencia de un cuadro de la Virgen María en medio de tantos penes-dildos, vaginas dilatadas y rituales sodomitas. La Virgen de la leche amamanta al niño Dios y su lado, cual bolitas de rosario, hay vasijas de mujeres indígenas dando de lactar también. A pesar de que la idea es mostrar la universalidad del acto de amamantar, esta instalación intercultural intenta oscurecer las diferencias sociopolíticas, culturales y raciales de los personajes en cuestión. La centralidad de una virgen blanquísima opera como un recordatorio del mismo acto colonial del siglo XVI: el cristianismo al centro y un conjunto de cuerpos racializados amamantando a lxs futurxs peones de las minas coloniales. La perversidad del acto museográfico es alucinante es esta parte de la muestra, la virgen moraliza una sala considerada tan blasfema que su presencia es necesaria para calmar las posibles reacciones del público de clase media que usualmente visita el museo.
La muestra termina con otra instalación intercultural: la navidad judeocristiana mira frente a frente al poderoso Aia Paec mientras penetra analmente a la madre tierra, tal vez como un recordatorio del final de las deidades precoloniales y su libido. Al final, el cristianismo se implanta en la muestra como un invitado bienvenido, un recurso necesario para que todo sea más digerible, una justificación errática que todos y todas podemos vivir del diálogo y la comprensión (feliz) de nuestras diferencias. Desde sus orígenes, los museos nos cuentan la historia oficial del Estado y la nación, la hipercentralidad de la heterosexualidad en sus narrativas no debería llamarnos tanto la atención… Sin embargo, todo borrado deja un residuo que se va acumulando hasta llegar a un nivel de sedimentación que es imposible ocultarlo. Ese cerro de restos borrados somos nosotrxs y buscamos justicia y reparación.