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GRAFFITI, LIMA, 2022

El último juicio de la arqueología peruana

Publicado: 2022-05-24

El día de ayer se emitió una de las sentencias judiciales más importantes en la historia de la arqueología peruana. El caso LJCB vs. MPM es un hito en la historia reciente de la arqueología nacional no porque se trate de un litigio entre dos arqueólogxs, sino porque representa el inicio del fin de la primera república arqueológica, aquel orden sociopolítico fundado por dos padres-héroes de la arqueología entre finales del siglo XIX e inicios del XX. Este juicio es la introducción al capítulo final de la historia masculina y heterosexual de la arqueología peruana, una historia contada a través de las hazañas del arqueólogo de campo, las misiones de arqueólogos extranjeros y las mesas redondas de hombres donde se discute la cronología de un país feminicida. Una narrativa lineal y masculinizada en la que no hay lugar para las mujeres y las disidencias sexoafectivas. Las voces y los silencios que acompañan la denuncia de Marcela Poirier hacen una barricada de cuerpos para cerrarle el paso a la (pre)historia de muerte y violencia de una disciplina en descomposición. 

En una de sus declaraciones durante el juicio, LJCB menciona: “Ninguna de estas dos testigos incluyendo a la señorita Poirier es una arqueóloga practicante, es decir, culminaron grados y hasta posgrados, en el caso de la señorita un doctorado, pero no practican la arqueología, no son arqueólogos de campo, no son investigadores arqueológicos, y, además, ninguna de estas personas ha dirigido un proyecto de investigación arqueológica, jamás.” La asociación entre campo (la tierra que debe ser penetrada por el badilejo-falo del arqueólogo) y arqueología es una narrativa fundante de la praxis arqueológica. Los arqueólogos del siglo XIX se alejaban de las ciudades para internarse en el mundo rural y excavar/penetrar la tierra, los artefactos arrancados de esta eran llevados a las universidades para ser secuestrados en museos y laboratorios. Esta forma de hacer arqueología sentó las bases de una performance corporal "verdaderamente" arqueológica (trabajo de campo, excavación arqueológica, cosificación del artefacto arqueológico) que excluye aquellos cuerpos que no le juraron lealtad al badilejo. Utilizar esta narrativa como una estrategia para deslegitimar la versión de las “no arqueólogas” es una opción tan anticuada y desfasada que termina por menospreciar otras labores del quehacer arqueológico (trabajo de gabinete, cuidado del patrimonio, etnoarqueología, arqueología forense, arqueología de género). El arqueólogo de las cavernas le habla a una audiencia que hace videos en YouTube y TikTok sobre el pasado andino sin agarrar una sola picota.  

Lejos de sus versiones más heroicas, el trabajo de campo de la arqueología muchas veces termina siendo un campo de batalla para las mujeres y disidencias sexoafectivas. Bajo la tutela de un director de proyecto o jefe de campo, las arqueólogas usualmente habitan una posición de vulnerabilidad frente al poder que detentan los arqueólogos campo. Qué ropa puedo usar para no llamar la atención, por dónde puedo caminar para que no me vea, qué pasa si le digo que no, preguntas que dinamitan el desempeño profesional y la salud mental de las estudiantes y practicantes que trabajan en proyectos dirigidos por hombres. Estas interrogantes se vuelven más ansiosas si se toma en cuenta que el trabajo de campo no es parte de una república de las letras y ciencias, sino de un país donde en 2021 han desaparecido más de 5 900 mujeres, niñas y adolescentes, y donde los cuerpos femeninos son quemados ante su desacato a la autoridad patriarcal.

La arqueología peruana excede con creces la figura romántica del arqueólogo – héroe de campo y muchas veces se asemeja más a una arquitectura monumental de compadrazgos y favores. El arqueólogo de las cavernas, al tener una trayectoria académica de más de 1000 años y haber ocupado puestos de alto rango dentro del Estado peruano, es el nódulo de una red internacional de amistades y lealtades, muchas de las cuales se fortalecen a través de cartas de recomendación, la asignación de puestos de investigación, vinculaciones con entidades que financian proyectos arqueológicos, entre otros. Su caverna está llena de todo tipo de telarañas y sabandijas que bailan alrededor de su figura, chupan su sangre y viven de ella. Visibilizar este tipo de redes es una forma de (auto)arqueología que debería ser materia de papers y tesis de grado.

Este juicio es la introducción al capítulo final de una forma de hacer arqueología inaugurada hace más de 100 años en el Perú. Cuando se escriban versiones más críticas y menos complacientes de la historia de la arqueología peruana, este juicio deberá ocupar una posición de parteaguas entre dos prácticas corporales de construir el pasado. Los capítulos que le seguirán a este epitafio de barro no serán sobre las hazañas y los descubrimientos del arqueólogo de campo o las técnicas de penetración arqueológica, serán (contra)estrategias de despatrimonialización, denuncias a todos aquellos arqueólogos que saquearon territorios indígenas sin consentimiento, un listado de todos los arqueólogos acosadores sexuales, teorías posmateriales de la arqueología, acuerpamientos colectivos que frenen el tiempo lineal de la historia colonial. En fin. Este juicio ya lo ganamos.  


Escrito por

Oscar Espinoza Martín

Soy Oscar, estudié arqueología en Lima y suelo escribir desde los bordes de esta disciplina.


Publicado en

chuqui_chinchay

Arqueoloca, hilvanando pasados para alterar el presente.