#ElPerúQueQueremos

Ranrash, 2022

¿Cómo hablar de arqueología sin hablar de arqueología? Hacia una (contra)metodología de la escritura del pasado

Publicado: 2022-07-20

Toda arqueología es una manufacturación del pasado. Romper la tierra, horadarla hasta llegar a la roca madre. Registrar meticulosamente las capas, los colores, las texturas y sus contenidos, poner en texto la historia de un espacio-tiempo que espera pasivamente ser significado. Te hincas ante la tierra no para venerarla, sino para extraer ansiosamente todo lo que guarda. Una vez fuera de su terruño, las cosas del pasado son despojadas de la tierra color tierra que las cubría para ser mostradas ante diferentes públicos, quienes parcialmente acceden a las interpretaciones que la comunidad arqueológica y el Estado peruano han hecho sobre estas, sea a través de una vitrina sin fondo o un reel de Instagram. La excavación, en estos términos, puede ser entendida como una práctica económica extractiva, en la que algo se extrae de la tierra para manufacturarla y empaquetarla según las dinámicas de la teoría social, el consumo y el gusto. 

Hace falta una horda de disidentes de la arqueología que no deje reponsando el badilejo, sino que lo entierre de una vez por todas. Narrar el pasado no tiene por qué cantarle al Estado-nación y legitimar una historia que no hace más que celebrar una formación política que siempre nos ha dolido. La arqueología o las arqueologías deberían excavar a nivel microscópico o microorgánico más que a escala nacional. La historia del Perú, los orígenes del Estado y las relaciones (heterosexuales) de género deberían dar paso a relatos más fragmentarios y promiscuos. Hagamos un décapage milimétrico no de la tierra, sino de nuestros propios cuerpos. El cuerpo es la primera frontera a la que nos enfrentamos y nuestro paisaje social, la segunda. Penetrarnos mediante la palabra, la confrontación y la falsificación para llegar a (des)conocernos y aproximarnos a la coreografía de cuerpos que conforma la sociedad. Inscribirnos en una genealogía que escape del relato oficial de la historia, la blanquitud, el patriarcado y la heteronormatividad. Arqueología del yo, excavación familiar… (auto)arqueología… penetración histÉrica, registro posidentitario, gabinete de palabras, bioantropología  de apus. 

Hace un par de semanas he vuelto de un viaje sin retorno. He descubierto la historia de mi padre y la mía también. Hemos recogido nuestros pasos. El paisaje de procedencia de la familia Espinoza está signado por la historia de una mina, la violencia interfamiliar y la falta de oportunidades. El desarraigo también forma parte de la trama de este tejido histórico. Hace treinta y cinco años mi padre tuvo que migrar a Lima para construir su propia historia y acceder a la promesa de superación que la modernidad limeña prometía. Nuestro Ranrash querido ni siquiera figura en el mapa de Huánuco ni en Google Earth. Su invisibilidad cartográfica contrasta con la densidad de historias y anhelos que la población agencia día a día. Jugar en las ruinas con fuego, espantar con insultos a los espíritus del pueblo, morir en manos de un grupo de abigeos y retornar a una casa en ruinas, son experiencias sensoriales que hacen de Ranrash un paisaje de la memoria. Mi memoria y la de mi padre.

Excavar Ranrash no tiene ningún sentido desde la matriz de inteligibilidad de la excavación arqueológica. Toda excavación arqueológica no solamente destruye la tierra, sino también los vínculos de las poblaciones locales con sus materialidades. El secuestro de las cosas del pasado por arqueólogos, conservadores y museógrafos profesionaliza el despojo y representa una forma de expolio sin precedentes. En tiempos de crisis, los gobiernos usualmente miran su patrimonio cultural como espacios a los cuales asirse para no perderse en la vorágine de la carencia y el desasoeigo. Mi práctica (contra)arqueológica ha elegido no alimentar a este mendigo. Excavar Ranrash no es un acto solamente físico, sino trans-subjetivo. Horadar la tierra de la casa de mi abuelo para conocer la cultura material de mi familia, tal vez un par de platos y cucharas oxidadas. Tal vez parte del catre que mi padre hizo de joven para dejar de dormir junto a mi abuelo. Una materialidad íntima y precarizada por la falta de oportunidades de un Estado que (lamentablemente, sí) nunca podrá darle oportunidades a quienes viven sobre los cuatro mil metros de altura. Falsificar la arqueología desde un yo colectivo de forma más sincera que la ciencia moderna. Travestir el cuaderno de campo con consignas de justicia y rebelión. 


Escrito por

Oscar Espinoza Martín

Soy Oscar, estudié arqueología en Lima y suelo escribir desde los bordes de esta disciplina.


Publicado en

chuqui_chinchay

Arqueoloca, hilvanando pasados para alterar el presente.